La idea que tenemos del ser humano es que al nacer cada uno/a de nosotros/as tenemos un mapa genético diferente los unos de los otros, además de un gran potencial de aprendizaje y una capacidad de amar íntegra. Estos son los ingredientes que nos ayudan a hacernos a nosotros/as mismos/as en el que sea nuestro proceso de vida. Como ocurre con las plantas u otros seres vivos, que despliegan sus líneas y formas de todas sus partes de acuerdo a su programa interno y las propiedades de su entorno. Ese esquema interior que cada uno de los seres vivos lleva dentro de sí mismo es la fuerza que marcará en el niño/a su ritmo y camino en su proceso de desarrollo.
Para que este plan interno siga su camino, el niño/a debe tener cubiertas sus necesidades básicas de supervivencia como pueden ser; la alimentación, el aire, el calor, la seguridad y el amor. Para nosotras es importante que los niños/as se sientan aceptados en toda su totalidad, amándolo incondicionalmente. Es decir, respetándole en todos sus procesos (aceptando su alegría, su tristeza, sus enfados,…) y haciéndole sentir aceptado y amado en cada una de estas situaciones y en cualquiera que sea el sentimiento que exprese. Un niño/a experimenta lo que es el respeto si se siente respetado/a (en su cuerpo, sus necesidades, sus acciones y emociones) y ven como nos respetamos a nosotros mismos/as.
Entendemos que la primera infancia es una fase sensible de integración de los movimientos, y de percepciones sensorio-motrices gracias a los cuales el niño desarrolla su autonomía. En esta fase es importante que tengan la libertad suficiente para poder hacer las cosas por sí mismos/as y explorar el entorno de una forma cada vez más autónoma. El fin de este periodo es experimentar con sus propias manos y vivencias para poder después llegar a lo abstracto, ya que el aprendizaje se da por iniciativa propia cuando parte del interés y curiosidad del niño/a. Los niños/as acompañan sus acciones en la mayoría de casos con sus propias palabras, de este modo están fundamentando su pensar y su hablar en sus propias vivencias.
El aprendizaje se da por medio de la actividad espontánea y el juego libre, donde el niño/a pueda elegir qué hacer y qué no hacer.
Como adultas creemos que confiando en este proceso y gracias a un espacio y entorno que cubra sus necesidades, podemos dejar fluir su individualidad y ser, sin dirigir desde fuera e intentar modelarlo con nuestras propias ideas.
Nuestro espacio ofrece el material y la seguridad necesaria para que cada niño/a cubra sus necesidades de desarrollo.
“Un espacio activo para niños y niñas es una especie de organismo vivo”- Rebeca Wild.
Las adultas no son maestras sino personas referentes que están en su propio proceso de vida, que les acompañan en sus necesidades: emociones, sentimientos, sin dirigir directa o indirectamente (con palabras cariñosas), sin juicios, expectativas, sin anticiparnos a las propias vivencias (qué vivirán y experimentarán por ellos/as mismos/as), ni motivaciones sobre las experiencias de cada uno/a.
Mediante la observación activa la acompañante podrá darse cuenta de las necesidades de cada uno/a de los/as niños/as en cada momento para poder conectar con ellos/as (estar presente). Mediante esta observación podremos realizar un informe descriptivo para saber en qué momento de desarrollo se encuentran y compartirlo con las familias.
Las adultas serán las encargadas de mantener el ambiente preparado con diversos materiales tanto estructurados como no-estructurados, sin peligros activos y poniendo unos límites claros y firmes que garanticen un ambiente seguro.